viernes, 8 de octubre de 2010

JUAN JESUS SALAZAR JUAREZ

Reporte de lectura

El momento de mayor compenetración en el tándem cine-moda se dio en la época del star sistem, en el que imperaban aquellas mujeres estrellas que, además de protagonizar aventuras épicas y románticas, se convertían en el canon a seguir por el resto de las féminas del planeta.
Hoy en día, la influencia del cine en la moda es algo menor y suele darse mediante campañas publicitarias. El lema podría ser; “si no podemos hacer que la gente se disfrace de marciano, al menos pongamos de moda el color verde”.
Se plantea aquí otra cuestión: el mundo de la moda es consciente de la ayuda que le pueden proporcionar los medios y recurre a todo tipo de estrategias para hacerse querer por éstos.

Un diseñador sabe que, el que su nombre salga en la prensa puede suponerle millones de ventas o, al menos, un reconocimiento en el cerrado mundo de la moda.

Esta es la razón de que, en ocasiones, se cree una moda no para la sociedad sino para la publicidad; no para ser vendida, sino para ser fotografiada y difundida.

Aquí está la raíz de muchos de los diseños escandalosos que pueblan las pasarelas. Podríamos decir, retomando el conocido adagio periodístico, que al igual que“las buenas noticias son malas noticias” para los medios de comunicación, la elegancia y el buen gusto no son “noticia”, lo extravagante y lo escandaloso, sí.
Es curioso observar a algunos fotógrafos en una pasarela: con un casi absoluto desinterés observan el desfile de una veintena de diseños de diferentes estilos pero “ponibles” por el ciudadano medio. Este desinterés desaparece cuando sale desfilando una modelo con un traje trasparente. El paseo de este diseño se verá rodeado de una ráfaga continua de flash.

Al día siguiente, la foto de la pasarela será esta última, los comentaristas hablarán del susodicho vestido y la colección del modisto quedará reducida a un desnudo más o menos estético. Naturalmente, frente a estos fotógrafos, hay otros profesionales que saben valorar lo que es un buen diseño y lo distinguen del simple reclamo.

De todas formas, aunque no es cuestión de cortar cabezas, en este reducir la pasarela a un espectáculo chocante, extravagante y escandaloso, tenemos la culpa casi todos. Los fotógrafos que a veces asisten a los desfiles como a un mercado y sólo buscan la foto escándalo, los directores de periódicos que piden a sus fotógrafos precisamente estas fotos, los diseñadores que venden su colección por salir en la prensa, también con esta foto, y las modelos que se prestan a este juego quedándose, en ocasiones, como simples reclamos sexuales.


En este proceso no se trata de qué diseñador viste mejor a sus modelos sino quién se atreve a más. El empobrecimiento de la moda en estos casos es claro. Por eso es estimulante encontrar, junto con estos diseñadores, otros que no ocultan su desagrado hacia esta forma de entender la moda, como André Courrèges, uno de los míticos de la moda francesa. “Hoy los desfiles no tienen nada que ver con el estilismo y mucho con el teatro. A menudo son espectáculos degradantes para la mujer -sentencia Courrèges-. El trabajo de un modista consiste en vestir, no en desnudar”

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